Tuesday, June 26, 2007

En este post podría contarles que, por ejemplo, fuí víctima de un asalto que me dejó, entre otras cosas: sin pasaporte, ni cédula, ni tarjeta de mi querido bancolombia, ni mac.
De hecho, podría extenderme, lamentarme, hechar madres y narrar detenidamente cuanto me dolió el golpe que me dieron en la espalda el par de flaytes que me acorralaron, amenazaron y robaron.
También les contaría cómo es el super trámite con carabineros, policía internacional, consulado, etc, etc, etc. Y también volvería a madrear al par aquel por los 98 dólares que me va a costar el chistecito de sacar otra vez mis documentos.
PERO como me da lata darle al tema y creo que debo dejarlo ir, me limitaré a lo que acabo de escribir.
Sólo para adjuntarlo al recuento de mis patoaventuras por aquí, y a ver si dentro de un tiempo me rio de esto.
Lo otro es que el frio me da igual. Ya pasé la necesaria gripa terrible con millones de descargas mucosas aguadas y estornudos varios. Y la pasé en tiempo record y sin mayores medicamentos.
De otro lado ya ando aprovisionandome para el frio en aumento.
Y poco a poco le tomo gusto a eso de vestirme como astronauta en práctica.
Aparte revivió mi celular chibcha y pude deleitarme revisando mensajes de texto viejos, fotos, llamadas perdidas, recibidas y discadas varias, y tantos recuerdos que un pinche aparato puede contener y uno encuentra cuando menos espera (y recuerda).
Hay un par de grabaciones memorables y citas y tareas cumplidas e incumplidas que me trasportaron a muchos lugares de memoria.
Y ese ringtone fiestero que funcionaba como música incidental en mi vida, día tras día.
El simple hecho de hacerlo sonar me trae tantas escenas mentales, personas y situaciones, que ni yo misma me la creo cuando pienso que es cierto que mi pequeño y azul aparatejo es importante en mi vida.
Probablemente el tema no es relevante (de hecho, me importa cero que lo sea o no) pero es lo único que se me ocurre mencionar en lugar de empezar a ahondar en mis demás detalles.
Hay mails que me descolocan, incluso duelen.
Mis compañeros de casa son personas que quiero mucho.
Necesito vacaciones.
Mi pelo está demasiado negro, demasiado largo.
Debo visitar un parque.
Ya soy profesional pero aún no he visto mi cartón.
Voy a aprender un tercer idioma (ojalá fuera el cuarto, pero para llegar al cuarto hay que pasar por el tercero así que ya va!)
La mejor cerveza que he probado en toda mi existencia se llama Kunstmann de miel.
Ahora que no tengo identidad en el sentido material pienso que es el momento ideal para realizarme un fix up.

Tuesday, June 19, 2007

Ella creció cerca de un río.
Un río serio, de caudal respetable, con árboles alrededor y pequeñas quebradas.
Tenía 25.000 hermanos, o algo así. Siempre me decía que no recordaba rápidamente todos sus nombres, pero no olvidaba los de sus padres. No olvidaba muchas escenas. Ni alguna de las muchas cosas que aprendió mientras era lo que denomina “ella misma”. Su esposo murió cuando apenas tenían dos hijos pequeños… y por montones de razones muchas personas entraron en su escena para despojarla de todo lo que tenía.
Y aunque naturalmente ella sabía hacer nada, hizo lo que tenía que hacer: aprender.
A trabajar, a ser madre soltera, a sortear a las personas malintencionadas que pululan alrededor de otras personas cuando estas últimas somos vulnerables, sólo porque somos vulnerables.
Muchos de sus hermanos le legaron sobrinos que se convertirían en hijos. Todos dicen que no la olvidan, pero nunca hacen algo que indique que la tienen presente. Le gustaba vender cosas y recuerdo que donde quiera que estuviera, montaba un pequeño negocio. En alguna época también vendió galletas. Pero ella era feliz dándonos la mercancía de venta a los nietos, que hacíamos una pequeña fila para recibir el anhelado regalo. Recuerdo sus ojitos mirándome a través de los lentes, o las veces en que se quejaba por un dolor o aquel otro.
Sus manos arrugadas, las manchitas de edad, su pelo de algodón, sus zapatitos cómodos, el escapulario blanco de plástico que nunca quería quitarse y recuperaba cada vez que se lo escondían.
Sus bastones, la forma en que escondía sus pequeños tesoros, el gusto por la música, las historias sobre sus épocas, sus tardes sentada en el portón, mirando el antejardín jugueteando con el perro, saludando a las personas al pasar.
De alguna manera parecía que el mundo entero conocía a mi abuela… todas las personas que aparecían en mi vida y tenían más de 15 años la conocían, o quizás habían escuchado hablar de ella.
También parecía que con una sola frase ella te describía la vida misma y te solucionaba el mundo, sin irme por los lados, sin confundirse, de ese modo directo y “pro” que tienen las personas de edad avanzada que han sabido vivir y mirar.
Para mi es como un personaje de novela… una persona extremadamente sencilla, consecuente, fuerte, intensa. Mi abuela era sabia, como nadie que yo conozca lo es. Dulce y buena, muy buena, más buena que todas las personas buenas que he conocido en mi vida juntas. Sacrificada hasta un punto incomprensible, y terca, muy terca. Ella duerme como un bebé. Me dijeron que antes dormía y a veces se quejaba. Pero luego volver a dormir mientras los demás la miraban. Y estoy bien cuando me digo a mi misma que lo único importante es que fue rápido.
Pero me pongo nostálgica cuando recuerdo el más mínimo de sus gestos, sus palabras, su voz, su canto, sus intentos de baile, y la escena de nuestra despedida.
Imagino que el perro la acompañó en sus siestas forzadas echado a su lado toda la mañana, como cuidándola.
Que mi mamá lloró sola tendida en la cama sin contarme nada.
Que mi hermana sabe dentro de ella que muchas veces la hizo rabiar, pero luego piensa que ella olvidaba las cosas pronto y entonces la pena no cuenta.
Siempre he pensado que mi abuela es un espíritu fuerte y grande encerrado en el cuerpo doliente de una persona muy anciana.
Y es extraño, porque la pienso mucho, todos los días tiene un espacio importante en mi mente.
Y la quiero como loca.
Y la extraño aún más.
Y es extraño, porque esta muerte anunciada de una persona anciana golpea enrarecidamente a todos… es como algo triste e inevitable, que estremece pero no deja llorar… cuando muere alguien que, supongamos, tenía en apariencia más tiempo , las personas se rasgas las vestiduras y lloran altisonantemente. Ahora que falleció mi abuelita los que sienten culpas lloran, y los demás sentimos un vacío tácito preanunciado.
Tengo que recordarla sosteniéndome una mano en la puerta mientras me pedía que me cuidara, me bendecía y besaba.
Sé que mi abuelita duerme muy feliz, ahora que sólo duerme.