Thursday, July 19, 2007

POR ELLA

Recuerdo el jardín. Tenía una piscina al fondo, que colindaba con la casa de los conejos. Probablemente eran tres y a mi me agradaba particularmente el más grande, gordo y viejo de ellos. Todas las mañanas les llevaba una zanahoria y me hacía el tiempo para mirarles comer. Tienen un cierto gesto de ojos que nunca pude catalogar como mirada... parecía una ojeada disimulada, era perpetua mientras desarrollaban el ejercicio de comer.
Había un arenero, un poco lejos de la piscina y los conejos. Para mi estaba inacabablemente ligado a la sensación de aventura y pasaron grandes trabajos intentado sacarme de ahí. Al fondo estaba ubicada una pequeña casa, paredes de cartón, techo de paja. Tenía una ventana y una puerta muy baja por la que entrabas sí y solo si sacrificabas la pulcritud de tus rodillas sobre la arena.
Desde la casa el mundo parecia pequeño y quizás un poco distante. Ahora recuerdo que me creía pirata y logré modelar pequeños barcos con velas de plastico. Los disponía en la ventana y nadie los tocaba.
También estab el baño. De hecho, los baños. El primero consistía en un cuarto con retrete, lavamanos, espejos... en plural, pues ahora recuerdo que estaban dispuestos varios espacios sanitarios. El otro baño era el que valía la pena mencionar. Su enorme tina de azulejos verdes, el espejo gigante, sanitario ridículo y ducha carcana al ventanal que miraba el patio hacían de él un escondite ideal, un fuerte. Para llegar teníamos que conformar un grupo expedicionario y burlar dos profesoras que gustaban ubicase cerca de la puerta para conversar (parecían tan grandes, tan largas, tan dulces... luego, con los años, uno es tan largo y -aspiremos, ja- tan dulce como ellas, pero siguen siendo tan ellas en mis recuerdos). Estar dentro era maravillosamente arriesgado, y en la inmensa tina siempre cabíamos los 5 ó 6 miembros del comando.
Me asustaba un resbalador en el cual alguna vez fuí empujada. Lo vencí a solas, un día despues del recreo cuando esperé que los patios quedaran desiertos para enfrentarlo y volver a clase con la triunfal convicción de saberme capaz de doblegarlo de ese día en adelante, todos los días.
Me gustaba comer mangos y manzanas, y una vez se me quedó atascado un diente de leche en una pera.
Tenía clase de natación porque sentía pánico frente al agua. No sé cuantas veces a la semana debía asistir, pero recuerdo el naranja del cielo al atardecer cuando caminaba de la mano de mi abuelita hacia mi casa. Volvía con los ojos rojos, algunos resquicios de litros de agua con cloro, el pelo mojado y contando historias sobre burbujas, niños que me asustaban, premios de dulce por atreverme a esto o aquello y el enrome placer de orinar dentro del agua.
Me dijeron que es malo hacerlo, porque a mi no me gustaría nadar en el orin de otra niña, pero en la clase siguiente simplemente me sucedía el hacerlo, y me reía sola de ello.
Mi novio de jardin se llamaba Juan y sabía que me gustaban las naranjas. Pasabamos el primer recreo juntos, sentados en una banca, escudriñando la lonchera del otro y repartiendo los sparkies por colores ( siempre preferí los rojos, amarillos y anaranjados). El segundo descanzo estaba destinado a los juegos y si nos cruzábamos sólo sonreíamos, me daba un besito en la mejilla y seguíamos de largo. Lo ví por última vez en un reunión 10 años despues, y aunque no recordaba su existencia tampoco me importó mucho re-conocerle, no sé porqué (en su momento creo que ni me lo pregunté).
Olvidé mencionar que jamás aprendí a nadar. Pero le perdí miedo al agua. Ahora nado por debajo, ya que me angustia el entrar y salir contínuo que supone un nado más...decente?. Aprendí por mi cuenta a tomar aire y sortear las distancia sin necesidad de sacar la cabeza. Dentro, completamente dentro del agua, siento una tranquilidad que desde que recuerdo se em antoja extraña, incluso vaga, pero deliciosa.
Aprendí a subir árboles en cualqueir otro lugar pero en el jardin lo disfrutaba doblemente. Eso y las manualidades para las cuales nunca fuí particularmente buena pero con cuyos materiales me divertía sobremanera. Me encantaban los recortes de color y fabricar cosas para los animales de la tierra. Una vez vi una lombriz , traté de sacarla pero se metió rápida y nunca pude volver a encontrarla.
Recuerdo la cocina y los emparedados que nos regalaban acompañados con jugo de fresa... recuerdo las flores, el césped, los juegos, el color de las paredes y la baldosa con la que hacía juegos mentalmente acerca de los cuales recuerdo sólo unos pocos detalles.
Cuando me fuí enviaron de regalo una escultura de una abuela y su nieta paradas frente a frente, compatiendo algo. Eran figuras infantilizadas, sobre una base apastelada. El asunto tenía mi nombre y servía como regalo y recuerdo.
Todos los regalos son un recuerdo.
La ausencia de algunos de ellos también.

1 comment:

  1. Hola:
    Vaya, sigues con melancolía. Mmm melancolía e infinita tristeza ... uno de los mejores títulos para un álbum que he oido en mi vida y, creo, que es parte del camino que estas recorriendo... de acuerdo la "infinita tristeza" probablemente no, pero melancolía sí.
    Si de algo sirve, solo puedo dar el deseo de un abrazo.
    Eso.

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